domingo, 17 de enero de 2021

Bajo la nieve


Nevó en Madrid. Se dijo tantas veces que alguno empezó a pensar que eran fake news y tuvo que salir a la calle a comprobarlo. Allí había esquiadores por las avenidas, trineos tirados por perros y la M30 se había convertido en un paseo peatonal. 50 centímetros de posverdad insuficientes para alguno: igual no había nevado en Madrid y solo se habían llevado las calles a Navacerrada. Pero nevó, vaya si nevó. Desde otras latitudes llegaban los quejidos por la saturación de fotos de la nevada y por la sobreinformación en las emisoras. Qué queréis, si en Madrid es noticia un atasco a las 3 de la mañana cómo no va a serlo la mayor nevada en cien años. Y, a pesar de todo, la nevada fue un éxito. Y no uno cualquiera, fue una victoria transversal y democrática que a todos llegó por igual, casi como ganar un mundial. Problemas los hubo —y no menores— para algunos, seguro, pero la gran mayoría de este pequeño mapamundi llamado Madrid se asomó por la ventana y disfrutó. Las calles sucias siguieron sucias, las carteras vacías siguieron vacías y la pandemia siguió al acecho en cada picaporte, pero por unas horas la nieve fue capaz de taparlo todo con su analgésico manto blanco. 
La ciudad es otra bajo la nieve, y no es un tópico. Los coches desaparecen, los perfiles de los edificios se atenúan, las calles se transitan por senderos que nunca existieron, las estatuas de reyes, toreros y civiles se visten con la misma túnica de penitente y los árboles desnudos viven en sus ramas una primavera blanca. Uno, que tiene poco mundo y poca borrasca a las espaldas, se asombró de la fascinante singularidad sensorial de la nevada. Bajo los copos el silencio es absoluto. La nieve se acumula en las calles sin hacer el más mínimo ruido, como si simplemente fuera la marea subiendo. Y luego está la luz. En la noche de una ciudad como Madrid, mientras nieva, las luces de las calles se reflejan en los infinitos copos que aún están suspendidos en las alturas, iluminando todo el cielo hasta el punto de confundirse con la propia luz del día. Estará oscuro ahí fuera, pero dentro de la nieve la luz siempre gana. Ojalá nevara así más de vez en cuando para recordarnos, aunque sea por un rato, que no todo está tan mal. 

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 Un amigo me manda una foto desde Japón, donde lleva más de un año viviendo en paro y al abrigo del trabajo de su esposa. En la entrada de un templo local, traducido al español, un cartel con una advertencia: No ingrese. «A sus órdenes», responde mi amigo. Quién pudiera. 

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Enrique García-Máiquez suele hablar —en sus artículos, en su blog, en sus tuits— del ejercicio activo de la lectura en términos cualitativos: «qué bien me lees», «una mala lectura», etc. La lectura es un esfuerzo que trata de completar el empezado por el escritor. Y esa lectura puede ser buena, mala o regular. La lectura buena, en general, es la que consigue llegar a ese mundo que solo existe entre líneas.  

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 Llega poco a poco el deshielo. Lo que fue nieve ahora es un hielo seco y negruzco que a medida que se derrite deja paso a la suciedad que había tapado. No es nieve todo lo que reluce. 

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 «En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y nada más verlos don Quijote, dijo a su escudero: 
—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertamos a desear: mira allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con los que pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas. Con sus despojos comenzaremos a hacernos ricos, que esta es una guerra justa, y es un gran servicio a Dios quitar tan mala simiente de la faz de la tierra. 
—¿Qué gigantes? 
—Aquellos que ves allí, con los brazos largos, que algunos los suelen tener de casi dos leguas. 
—Mire vuestra merced que aquellos que se ven allí no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que volteadas por el viento, hacen andar la piedra del molino. 
—Bien se ve que no estás cursado en esto de las aventuras. Ellos son gigantes. Y si tienes miedo, quítate de ahí y empieza a rezar, mientras yo entro con ellos en fiera y desigual batalla. (…) ¡Non fuyáis, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete!» 

Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes (ed. Andrés Trapiello). 

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 «Reloj, molino de viento. Poeta, Don Quijote». 

El vaso medio lleno, Enrique García-Máiquez.




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