domingo, 24 de enero de 2021

Los últimos veintitantos


La vida, los años. Uno nunca crece solo, crecen también los amigos, crecen las responsabilidades y crece hasta la conjunción de ambos: los hijos de los amigos. Se nota cuando alguno empieza a causar baja antes de tiempo «perdonad, tíos, que tengo que bañar a los niños»—, a veces es el recurso al orden establecido «paga, que nos pilla el toque de queda»— y, en el peor de los casos, el refugio en aficiones que nunca tuvimos «no puedo quedar, tengo clase de pádel»—. Y 2021 parecía prometedor. Lo cierto es que vamos creciendo y donde antes se nos salía la vida por el borde de las copas ahora le decimos al camarero que cuidado con la botella, no nos vaya a cargar la copa de más. 

Las pandémicas circunstancias han hecho que la celebración de mi cumpleaños, esa que hasta ahora solía consistir en una tarde que se convierte en noche y luego en día con muchas gargantas amigas alrededor, hayan sido cinco celebraciones —¡cinco!— en reducidísimos grupúsculos, con horarios prefijados y buenas condiciones de ventilación. En tres de las cinco, amigos con hijos. Quizás tengamos que decirle al camarero que nos la cargue un poco menos aún. O quizás que nos la cargue mucho más. Los últimos veintitantos. La vida, los años.     

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Estamos a final de enero y va a empezar a hacer un año de todo.

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Limitaron las reuniones a seis personas. Ahora las limitan a cuatro. En algunos lugares ya las han limitado a dos. Lo bueno es que, como sigan limitando, vamos a tener que conocernos a nosotros mismos.  

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«Ni vas
a ninguna parte
ni puedes borrar
el rastro,
te dicen ellas.
No estéis tan seguras
de eso,
les dices tú.
Sigues andando.
Amanece.
Te diriges
hacia el sol».
Huellas en la nieve, Karmelo C. Iribarren.

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Como las barcas dejan sus estelas
antes de que el estanque se las lleve,
yo voy dejando huellas en la nieve
y mientras tanto voy soplando velas
ni tantas, ni tan pocas: veintinueve.



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